27.9.10

Mark Lund





Mark Lund's detailed interior lifestyle photography plays upon the modern idea of "home".
His advertising campaigns for Cisco, LG, Chase, Best Buy, Sony, Samsung, Canon & Philips explore the ways we live with technology in the home. His food and lifestyle images have been featured in advertising for IKEA, Target and Wal-Mart.
Guided by a midwest upbringing- his images of modern americana present lifestyle in relaxed, precisely composed moments.
Mark is represented by Bernstein & Andriulli in New York City, where he lives with his wife Alyssa and daughters Hayden and Story.

24.9.10

Tras el último sueño, con pánico y a carcajadas


De chico le fascinaron los cristales, materia sólida a través de la cual se transparenta y a veces se desdobla y multiplica la realidad. Su escritura supo respetar esa fascinación temprana y nos legó una forma de espiar lo invisible. Aprendimos de él las frases truncas que se abren a nuevas instancias, supimos del juego peligroso de acechar el conocimiento prohibido. "Como un relámpago articulante que cuaja el cristal en un acaecer sin tiempo."


Por mi parte, poseo un cristal Cortázar y a veces lo contemplo a trasluz e intento compartirlo con otros. Se trata de un sueño, de un sueño recurrente. Julio me lo contó en diciembre del '83 en una larga tarde neoyorquina, a punto de volar de vuelta a París, y después para él fue lo que ya sabemos y su ingreso a aquello que no podemos saber: la muerte.


Han pasado veinte años. Un lapso que nos mueve a creer que por fin vamos a entender las cosas como pretendo entender aquel sueño. Veinte años después, dice Dumas padre y nos muestra la otra cara de los mosqueteros; veinte años no es nada, dice el tango y sin embargo todo ha cambiado; correrá un río de sangre y vendrán veinte años de paz, dice la profecía de don Bosco para la Argentina, que conviene revisar para que no se repitan los horrores. Veinte años tardó Ulises en regresar a Itaca. Y han pasado veinte años de aquel 12 de febrero tan lamentado. Como si se hubiera apagado una luz. Nos quedan los resplandecientes reflejos que irradia la caleidoscópica escritura de Cortázar. Y en el inasible tiempo, atrapado como en ámbar, el último sueño recurrente sigue palpitando allí donde los hechos y las cosas están a punto de transformarse en algo que ni siquiera podemos entrever.


Así es el mundo Cortázar, territorio de lo umheimliche, lo casero-siniestro; hay que irse asomando con cuidado.


Como aquella tarde mientras Julio me decía, con suave voz de arrastradas erres, que necesitaba tomarse un año sabático para escribir su novela. Pero tantos compromisos previos con los compañeros en Nicaragua, y ese encuentro de escritores en La Habana, y después un viaje a Buenos Aires para visitar a su madre, se lo impedían. Andaba con problemas de salud, y la novela esperándolo. "Me la debo, de distintas revistas me piden cuentos, obras de ficción, y con lo mucho que me gustaría escribirlos opto por mandarles un texto sobre los problemas latinoamericanos." Pero la novela, la novela... Fue el artículo determinante lo que me permitió arriesgar la pregunta que sospechaba "perdedora" de antemano. Quien alguna vez dijo que se sentaba a la máquina de escribir sintiendo sólo un impulso y emprendía la labor "como quien se saca de encima una alimaña", quien dijo de la obra que lo había consagrado en el mundo: "yo seguía escribiendo un libro del que no sabía casi nada", ¿qué me iba a contar de algo que era apenas una intención? Sin embargo le pregunté si tenía idea del argumento, y la respuesta que recibí como un regalo la repito porque es iluminadora de manera tangencial, cortazariana. No, me contestó Julio entonces; no tenía ni el menor atisbo del tema o del clima de la futura novela. Pero estaba convencido de que estaba ya armada en su cabeza, perfecta, completa. Se le había aparecido en un sueño recurrente en el cual el editor le entregaba el libro impreso, y al hojearlo él se sentía feliz. Por fin había podido decir todo lo que nunca antes había podido, aunar mundos, atravesar barreras, fusionar de la manera más limpia y menos dogmática aquello tan difícilmente fusionable en literatura: sus paralelas vidas de escritor y de activista político. Y no sólo eso: había encontrado por fin el acceso directo a lo inefable, a aquello que había estado persiguiendo toda su vida.


Y (hizo una pausa, atento al desconcierto que podía producirme lo que vendría) en el sueño no le sorprendía en absoluto que el libro impreso estuviera compuesto tan sólo por figuras geométricas: perfectas, elegantes y armónicas figuras geométricas. Un libro mucho más claro y comprensible que cualquiera de los otros nacidos de su pluma.


No sé si registrarlo acá (táchese si no corresponde) pero, naturalmente, una coincidencia (las coincidencias tan caras al autor de Octaedro) saltó en aquel instante. Porque me vi precisada a contarle que camino a nuestro encuentro yo había entrado en una librería para buscar un libro de Oliver Sacks que, pensé, le interesaría. Pero el libro estaba agotado. Sobre una mesa de saldos vi otro que despertó mi curiosidad y decidí comprármelo al regreso. Su título: Geometría Sagrada. Mis intuiciones, se ve, funcionan a medias. Quizá ocurra lo mismo con las intuiciones en general y aquello que Cortázar interpretó como un libro futuro estaba ya diseminado a lo largo y lo ancho de su obra.


Puedo pensar esto último ahora, veinte años después, en el entrecruzamiento de las improbables coordenadas que damos en llamar tiempo y lenguaje. "Rara baraja", habría dicho Julio, como el turbio encuentro surrealista del paraguas y la máquina de coser. La mesa de vivisección, lugar de la cita, podría ser en este caso el propio escritor que quiso verle el revés a las palabras, descubrir todo lo ominoso que las palabras enmascaran con una sonrisa, como él diría. Muchos años después, Baudrillard hablaría de la transparencia del mal que se deja vislumbrar tras los dichos y los hechos. Cortázar escuchaba ese latido sordo, Cortázar desesperadamente se enfrascó en una búsqueda que no muere con él, que renace con cada lectura y cada día porque las efemérides también tienen sus caprichos, tienden a encuentros fortuitos y en este 2004, al mismo tiempo que los veinte años de su muerte, se cumplen noventa de su nacimiento. Cifras redondas, cabalísticas, que hablan de las dos puntas imbricadas que él intentó siempre reconocer en simultaneidad, la muerte colándose en la vida para hacerla más viva. Porque su geometría no es la euclidiana, tan cómoda para la explicación, es la geometría del Secreto, aquella de los símbolos móviles, cambiantes.


En 1997 apareció una edición limitada, sólo para amigos, del llamado Cuaderno de Zihuatanejo, donde Cortázar menciona un sueño muy anterior --como un preanuncio del volumen final del que me habló-- que parecería ser premonitorio de la muerte. En ese libro, en una entrada de agosto de 1980, dice: "¿Cumplo hoy, tantos años después, lo que no fui capaz de hacer cuando soñé repetidamente ese sueño de la rue de L´Eperon? Porque en ese sueño yo abría siempre un cajón del escritorio y sacaba el texto [...] En el sueño el Libro era un enorme manuscrito como los que sin duda escribían San Buenaventura y Guillaume d´Occam y Roger Bacon y Pierre Abelard, grandes páginas de cincuenta por cuarenta centímetros, [...] mi libro final escrito con tinta negrísima y caracteres que nada tienen que ver con mi letra de la vigilia, algo no gótico pero decididamente arcaico, una especie de runas absolutamente ininteligibles para mí inclinado sobre el Libro con la indecible maravilla de estar comprendiendo que mi obra había llegado a su fin y era eso".


Por fortuna su obra no había llegado a su fin, aunque sí era y siguió siendo eso. Porque con temeraria inteligencia supo tejer en el lenguaje cotidiano una red de cazar significados. En el libro de conversaciones con Omar Prego, Cortázar cuenta cómo, de muy niño, le gustaba dibujar palabras en el aire, disfrutar de las formas inasibles de las palabras que disfrazaban otras palabras. En cada una de sus obras Cortázar nos da a entender que el vacío no es tal, todo lo contrario. Mejor dicho, es todo lo contrario y el vacío: una y la misma cosa.


Hoy, partiendo de Lacan, se dice que el ser humano es un extranjero en la casa de nadie: el lenguaje. Cortázar pudo haberse reído de tamaña pretensión porque supo llevar su extranjería al extremo y al mismo tiempo pareció sentirse perfectamente at home en la casa de nadie. Como nadie. Traductor de los mundos.


Grandes de la literatura han caminado el difícil filo hasta tocar con la punta de los dedos el vértigo de lo inefable. Pocos o ninguno lograron la mirada doble del que está inmerso en la búsqueda y a la vez observa al que busca y de a ratos se burla de ambos. Johnny Carter y su abominable biógrafo, ¿quién de los dos es el verdadero Perseguidor? Oliveira y Traveler, y todos los personajes que se encuentran en la ciudad de sueños de 62, en un modelo para armar que se nos desarma en las manos y se rearma a cada instante para brindar nuevas figuras donde el vampirismo es sólo una anécdota más de todo lo que estamos a punto de entender, con pavor. El horror y el humor bailan al unísono, no los une solamente la muy aspirada hache de la ironía cortazariana, también el espanto los une: "se explicará como en broma para despistar a los que buscan con cara solemne el acceso a los tesoros". Es un salto al vacío, posición postexistencialista que ávidos lectores de los años 60 acogieron como propia, rayueleando entre la tierra y el infierno, y donde se vieron en espejo. En espejo oscuramente, como por supuesto alentaba el maestro. Hoy podemos seguir compartiendo su búsqueda eterna, porque mucho más allá de Rayuela, de los inolvidables cuentos, de toda su obra de reflexión, está la apuesta que el sueño de la perfecta geometría pretendió clausurar pero para felicidad y angustia de todos los humanos --lectores y no lectores?sigue abierta: las palabras son lo único que tenemos, las palabras no alcanzan para comprender el misterio de la vida y de la muerte, pero son el andamiaje y tenemos que intentar alzarlo lo más alto, lo más excelsamente posible. Respetando el Misterio. Con pánico y a las carcajadas. Como nos enseñó Cortázar

Por: Luisa Valenzuela

19.9.10

Todos tenemos un Cortázar dentro nuestro


El próximo jueves se cumplirán veinte años de la muerte del gran escritor argentino y, en agosto, los noventa de su nacimiento. A modo de homenaje, Ivonne Bordelois evoca la figura y la obra del autor de Todos los fuegos el fuego y Luisa Valenzuela brinda un testimonio sobre la novela definitiva que "Julio", ebrio de absoluto, quería escribir meses antes de morir.

Julio Cortázar sufrió una doble excomunión en la cultura argentina: como representante de una apertura nueva y audaz en el campo de la imaginación, fue amordazado por el Proceso, pero también fue menoscabado por las valoraciones sesgadas, en lo político y en lo literario, que se abrieron paso después del Proceso. Arlt remplazó a Borges y Puig a Cortázar en los programas (o pogromos) académicos oficiales, como si la literatura argentina fuera una casa para escasos moradores. No se le perdonó su antiperonismo, como luego tampoco se le perdonarían su castrismo o su anticastrismo. Pero lo cierto es que el admirador de Keats, que dejó un libro tan espléndido como ignorado sobre su encuentro con el poeta inglés; el gran cuentista de "El perseguidor" y "Las puertas del cielo", el escritor conmocionante de Rayuela, el ensayista, lúcido e incendiario a la vez, de Ultimo Round y La vuelta al día en ochenta mundos, el poeta desconocido que todavía aguarda una lectura, merecida pero hasta ahora postergada, el Cortázar capaz de todos esos rostros nos ha dejado marcados para siempre, con todos los fuegos del fuego. Y también es Cortázar en nuestra memoria el hermano mayor que abría caminos compartiendo lecturas y revelaciones, el gran amigo, el de la voz clara que preservaba la infancia y señalaba los destinos borrascosos de la historia latinoamericana, el que podía hacer circular un manifiesto apasionado a favor de los desaparecidos y escribir una carta de conmovida admiración a Susana Rinaldi.
Traductor de Gide y de Chesterton e intérprete oficial en la Unesco, fue capaz de ser amigo de Octavio Paz y también de Fidel Castro, adherente a la Revolución Cubana cuando lo sintió necesario y denunciante cuando lo supo necesario. Fue arriesgado, dispuesto al cambio, cordial y vital: un hombre a tono con las difíciles condiciones de su tiempo, con el cual se comprometió y en el cual se inspiró para crear una escritura nueva, íntima en ocasiones, a veces coloquial, otras veces erótica o lúdica, iluminada por grandes acentos de desgarramiento humano y de piedad e indignación profética. Una decidida vocación de universalidad lo impulsaba a una actividad omnívora que abarcaba enormes y sustanciosas lecturas e inspiraba la familiaridad con plásticos sobre los cuales dejó importantes escritos, un gran amor por la música contemporánea, la libertad de experimentación manifiesta en sus colecciones o invenciones de juguetes y máquinas imprevisibles, la voluntad permanente del viaje, el arraigado y diferente sentido del humor. También lo guiaban la curiosidad y el interés con que seguía los experimentos de percepción extrasensorial, y su propia capacidad para ponerse en contacto con las zonas limítrofes del conocimiento.
Generacionalmente, Cortázar representa el último embate de la vanguardia latinoamericana, cuando trastrueca el género narrativo en ese proyecto extraordinario que es Rayuela, una obra que debe tanto, por su capacidad de transformación del lenguaje y de las técnicas narrativas, a autores tan diversos y opuestos como Witold Gombrowicz, Leopoldo Marechal y James Joyce. Con los autores contemporáneos comparte el propósito de hacer de la literatura un objeto de la literatura, pero se aleja del acostumbrado cinismo posmodernista, y de las consignas que imponen lo light y lo cool como mandamientos supremos de la estética moderna, por su apasionamiento indomable y su búsqueda permanente de absoluto. Cortázar concibe la literatura, en la huella de los románticos alemanes y los surrealistas franceses, y en el ámbito de las teologías heterodoxas del hombre nuevo, como una experiencia capaz de transformar al hombre a través de una revolución radical de lo imaginario y del lenguaje. Lo interesante fue su manera de cuestionarse a fondo, a través de las dos revoluciones a las que adhirió, la surrealista y la socialista, sin traicionarse nunca a sí mismo. Siguió así un camino solitario entre opciones erizadas de dificultades, rupturas y malentendidos. Lo llamaríamos, sin desmedro ni ironía, un utopista crítico y un memorable maestro; pero también lo recordamos como un mentor irreverente, un defensor leal y valiente de autores incómodos o aparentemente marginales, como Marechal, Martínez Estrada y Pizarnik; un permanente vigía de lo desconocido, y un escritor imprescindible en el mapa de nuestra literatura.

Entrañable fue la amistad entre Cortázar y Pizarnik, en el París de fines de los sesenta. Acaso ella había explorado más a los medievales y él supiera más de jazz, pero lo importante es que en esa generación aparece, con ellos dos, un lector argentino mucho más universal, ávido e irreverente que los anteriores, a caballo entre el francés y el inglés, incorporado a la tradición latinoamericana de dialectos urbanos y de rechazo del español académico. Un lector abierto, además, a un nuevo tipo de poética transgresora, que en la década del cincuenta no había hecho aún su irrupción visible entre nosotros. Ninguno de los dos se deja contener en la huella de Borges, y su exploración por las fronteras de lo irracional o lo perverso tiene que ver con una suerte de insubordinación frontal con respecto a la estética de los círculos oficiales en aquel tiempo. Una sublevación permanente late en los escritos de ambos, salpicados de citas esotéricas, salvoconductos de un mundo dinamitado que exploraban con pasión insobornable. Les interesaban los escritores europeos contestatarios o diferentes: Beauvoir, Pasternak, Schulz, Gombrowicz. Ellos mismos habían asumido el riesgo de la marginalidad, internándose en un París fascinante pero también feroz, sumamente distinto y distante de los círculos porteños, emisores de fáciles seguridades, y los dos habían emergido de esta prueba como nombres fuertes, emblemas de encuentro para una nueva generación sedienta de un lenguaje que funcionara como documento de identidad epocal.

Verdaderamente extraordinaria es la lectura que hace Pizarnik del cuento de Cortázar "El otro cielo", (Todos los fuegos el fuego,1966). De este artículo ha dicho con razón Cobo Borda que es "el más perspicaz de los artículos de Pizarnik": un texto "donde la sombra de Lautréamont sobrevuela como un vampiro sobre su presa". La lectura de Pizarnik es vertiginosa: una espiral negra que se va hundiendo en un giro de interpretaciones cada vez más profundas, sometiendo cada párrafo a una vuelta de tuerca ulterior, hasta que el ajuste, impecable, se vuelve de algún modo irrespirable. No estamos leyendo una crítica, sino que nos sumergimos en una atmósfera de densidad asfixiante, pero también alucinatoria. Los lugares de paso son metáforas de lo ominoso: "Galerías y pasajes serían recintos donde encarna lo imposible", acotará Pizarnik con su inimitable precisión para apuntar al sentido secreto de los símbolos.

El pasaje, físicamente representado por una galería, se da entre el relator, un opaco corredor de Bolsa que se traslada oníricamente de París a Buenos Aires, y sus dos dobles: un asesino que acaba por ser atrapado y un muchacho sudamericano que carecerá de nombre, como el protagonista, pero en quien se bosqueja una suerte de autorretrato del mismo Cortázar. "Un hombre joven, muy alto y un poco encorvado" que habla el francés "sin el menor acento", y "parece un colegial que ha crecido de golpe". El asesino es desenmascarado y sentenciado; simultáneamente, el muchacho sudamericano muere, oculto en su bohardilla, tan misterioso y solitario en su final como a lo largo de su trayectoria bohemia. El protagonista siente que las dos muertes son simétricas. Como lo anota Pizarnik, "el corredor de Bolsa logra eximirse de las más terribles confrontaciones con la locura y con la muerte; sin embargo, entiende que con ello dejó pasar la ocasión de salvarse de no sabe qué cosa." Aquello de lo que hubiera podido salvarse es, precisamente, la oscilación entre París y Buenos Aires, el tercer exilio real que proviene del espacio híbrido que habita, el "perdurar indefinidamente en la ambigüedad". "El protagonista afirma que no se atrevió a dar el paso definitivo. A lo cual agrego una conjetura propia: no importa si no se animó a dar el paso definitivo porque alguien lo ha dado en su lugar. Ese alguien es su doble: un poeta que se extravió en la busca de las cosas que nos conciernen fundamentalmente." Porque en realidad el sudamericano es una proyección de Lautréamont, el autor del epígrafe con el que Cortázar encabeza el relato, sin aclararnos su origen.

En el criminal, Lautréamont también ha desplazado su veta de asesino inconsciente; en el muchacho sudamericano, que vive y escribe, como él, en una bohardilla parisiense, su fervor por la noche, la poesía y la disolución. El protagonista de Cortázar queda en un limbo irresoluble: eco lejano, desprovisto a la vez de la crueldad del asesino y de la soledad misteriosa, desembocando en muerte, del muchacho sudamericano bebedor de ajenjo. Dividido entre Buenos Aires y París, el corredor de Bolsa --apelación siniestra si las hay-- desaparece en un destino de penumbra sin espejos, imagen de una muerte definitiva. Porque el doble es la garantía de la inmortalidad: "el mentís definitivo a la omnipotencia de la muerte", como lo ha dicho Otto Rank.

El criminal y el poeta mueren juntos, en un escombro de ruinas circulares. Pero el corredor de Bolsa, a su vez, ha quedado sin pasaje al otro cielo, ya que sus dobles, que en realidad son sus creadores, no están más allí para convocarlo: no es quien viene primero sino quien se aventura más en el territorio de la noche humana el que detenta el poder de crear a su doble. Golem deshabitado, el corredor de Bolsa caminará como un autómata, porque se ha negado o no ha tenido el coraje o la insensatez de responder a las invitaciones extremas de la locura y de la muerte. Tales confrontaciones, como sabemos, no fueron ajenas al destino de Pizarnik que, como Lautréamont, no se negó al paso definitivo, privilegio de aquellos "que buscan las cosas que nos conciernen fundamentalmente".

Algo de la indecisión cortazariana se refleja en su diálogo con Prego, en La fascinación de las palabras:

"Prego: Como escritor, ¿creés tener algún defecto insanable?
"Cortázar: Sí. No tener el coraje suficiente para llevar adelante algunas experiencias que he entrevisto en el campo mental y que no he traducido, no he llevado a la escritura porque he sentido que rompía totalmente los puentes con el lector. Y si el lector me era totalmente indiferente en mi juventud, ahora no lo es."

Mucho queda por decir sobre el sentido misterioso de las experiencias a las que se refiere Cortázar. Algunos testimonios suyos, sin embargo, nos empujan a un paisaje cercano a ese lugar de lo imposible en que fermenta toda gran poesía. Acaso él y Pizarnik también fueron dobles mutuos, desafiándose en un camino de audacias y riesgos por los que ambos pagaron alto precio. Cada uno a su modo, ambos fueron fieles a la búsqueda de las cosas que nos conciernen fundamentalmente.
Por Ivonne Bordelois

17.9.10

El encuentro que no fue: Cortázar y Alfonsín

Pocas semanas antes de su muerte, el autor de Rayuela visitó por última vez la Argentina. Todavía persiste la polémica de por qué Raúl Alfonsín, que asumiría días después, no lo recibió.

Son los últimos días del último gobierno militar de la Argentina: comienza diciembre de 1983. El presidente es el general Reynaldo Bignone, aunque a sus órdenes ya nadie les presta oídos. Un ciclón de ilusión colectiva de factura heterogénea envuelve el velorio de la dictadura, el advenimiento mesiánico de la democracia, la llegada al poder, en fin, de ese político de carrera tradicional, ala centroizquierdista del radicalismo, prefigurado representante monopólico de lo nuevo, que viene de ganar los comicios del 30 de octubre con el 51,75 % de los votos, es decir, de infligirle al peronismo la primera derrota de su historia.


El presidente electo Raúl Alfonsín ha instalado su cuartel general en el piso más alto del hotel Panamericano, frente al Obelisco. Por allí pasa, en esas horas, la realidad argentina, que rebota en el atestado lobby de la planta baja. Alfonsín y decenas de los suyos están consagrados a armar el gobierno, resolver la transición, decidir las primeras medidas, ofrecer cargos, pulir el repliegue castrense. El hotel transpira poder. Pero todo está impregnado de ese estilo multitudinario, poco amistoso con la eficiencia administrativa, de convención radical: hay bullicio, rumores, desorden. Por si faltara ruido, al lado se aloja Menudo. Adolescentes menos politizadas chillan las 24 horas.

Son los últimos días del último gobierno militar de la Argentina. Julio Cortázar acaba de llegar a Buenos Aires, donde no desembarca desde 1973 cuando presentó Libro de Manuel. Atraído por el momento histórico, por las amistades, por los rincones que lo conmueven, esta vez, además, viene a ver a su madre y a su hermana. ¿O viene a despedirse? Hay dos interpretaciones. Una, que el escritor ya sabía la prisa de su enfermedad (moriría en París el 12 de febrero, nueve semanas después). Otra, que no concebía aún una despedida: en sus planes estaba volver.


Cortázar pasa seis días muy activos. Participa en encuentros sociales en su honor, concede entrevistas periodísticas, camina por Buenos Aires y lo emociona la reacción de la gente, que lo reconoce, lo venera, le pide autógrafos, le regala jazmines. Muchos son lectores veinteañeros, a quienes, llamativamente, el eterno rostro juvenil no les pasa inadvertido.


Buenos Aires hierve de reclamos y esperanzas. Y el autor de Rayuela, nacido en Bélgica y nacionalizado francés al final de su vida, que se exilió en París en parte por su antiperonismo irreductible, comprometido intelectualmente con las insignias de la izquierda ortodoxa deja aquel germinal diciembre argentino sin ser atendido ni saludado por Alfonsín. Ni por nadie del elenco de Alfonsín, o de la nueva democracia, en su nombre. No habrá rencor, tampoco tiempo para que lo haya.


Lo más amable que se puede encontrar hoy en los resúmenes de la vida de Julio Cortázar dice que en aquella postrera visita a Buenos Aires las autoridades ignoraron su presencia. Es una afirmación irrefutable. ¿Pero cuál fue la causa de la ignorancia?


En algunos círculos intelectuales se ha sostenido a lo largo de estos veinte años que el hecho de que Alfonsín no lo hubiera recibido fue una decisión política, nada casual, todo lo contrario de lo que dice el ex presidente: que se trató de un error mundano, de un malentendido. Alfonsín responsabiliza a su secretaria, Margarita Ronco, quien, en consonancia, se autoincrimina. Ambas hipótesis, la intencional y la accidental, parecen compartir el reconocimiento de que la omisión constituyó una afrenta imperdonable.


El principal sostenedor de la primera fue Osvaldo Soriano. Tres años antes de morir, escribió en Página 12 (20/3/1994) su versión: "Cortázar nunca solicitó una entrevista con Alfonsín, a quien apreciaba sin hacerse demasiadas ilusiones. Fuimos algunos de sus amigos, que teníamos también muchos amigos radicales, los que pensamos que un presidente electo con un discurso de democracia y derechos humanos, rodeado de intelectuales más o menos progresistas, tenía el deber de recibir a un escritor ejemplar (...) Solari Yrigoyen hizo todo lo que pudo para persuadir a Alfonsín. Hizo algo más que pedirle a Margarita Ronco que incluyera a Cortázar en una agenda o que lo guardara en su resbaladiza memoria. Yo mismo hablé con asesores y futuros funcionarios de Alfonsín, les dí un número reservado de teléfono y les indiqué la hora a la que podían llamarlo". Concedía que, si bien Alfonsín no recibió a Cortázar por razones políticas, "es posible que, de saberlo enfermo, lo hubiera hecho para evitar las consecuencias de la negativa". Pero su versión aparecía rotunda: "Radicales más confiables que Alfonsín y su secretaria me dijeron que el nuevo presidente y algún intelectual de los que se pegaban a él estimaban inconveniente el encuentro con un escritor ?comprometido´, que vivía en el exterior y acompañaba a los exiliados".


Biógrafo de Cortázar, Mario Goloboff escribió, asimismo, que "mediaron los fuertes compromisos de Cortázar con la izquierda". "Mi impresión --insiste ahora Goloboff ante LA NACION-- es que un consejero le dijo a Alfonsín que no convenía."


En cambio, Dante Caputo, uno de los protagonistas de aquellas horas agitadas en el Hotel Panamericano, recién nombrado canciller, apenas si recuerda el episodio, pero al analizarlo no le encuentra sentido. "Con el momento que se vivía, habiendo ganado las elecciones con el voto progresista, a menos de dos semanas de firmar el decreto que ordenó procesar a las juntas militares, pensar que el presidente podía tenerle miedo al costo político de recibir a Cortázar es insólito." Caputo acepta como verosímil la teoría de que la cita se traspapeló. "Acuérdese del caos que era el Panamericano", dice.


A Hipólito Solari Yrigoyen, actor central de la versión de Soriano, no le cuesta evocar el desencuentro, pero, diplomático al fin, expresa: "no tengo una opinión formada sobre lo que ocurrió". Después cuenta: "Yo hice la gestión, pedí la entrevista, aunque pasaron tantos años que ya no recuerdo a quién y, bueno, Margarita (Ronco) dice que a ella se le pasó. Yo le tengo un gran respeto y además me consta que es gran lectora de Cortázar, llora cada vez que se acuerda".


Es el turno, pues, de escuchar a la secretaria de Alfonsín, quien va a repetir la historia conocida de que olvidó formalizar, agenda en mano, el encuentro. Sin embargo, revela detalles curiosos. "Uno de esos días en que todo era un loquero participé en una comida en honor de Cortázar, en la casa de María Elena Satostegui, donde había bastante gente; fue una gran emoción conocerlo. Cuando me despedí le dije algo así como ?ya se va a ver con mi jefe´. Y él dijo: ?¡qué bien, qué bien!´. Al día siguiente le conté esa cena a Alfonsín, le dije que Cortázar ya vendría a verlo y Alfonsín asintió, pero en ese momento no fijamos una hora ni nada. Días más tarde veo por la televisión que Cortázar es entrevistado en la puerta del Panamericano; bajé desesperadamente, pero no estaba, entonces lo llamé a Hipólito (Solari Yrigoyen) y me dijo que Cortázar se había ido. Evidentemente el reportaje era grabado. Todo fue muy rápido. Pensamos que volvería."

Otros allegados a Alfonsín niegan haber tenido injerencia alguna en el lamentable trámite, pero les resulta más acorde con el ambiente una desprolijidad que un cálculo. El dramaturgo Carlos Gorostiza, primer secretario de Cultura radical, dice: "En ese momento de gran tumulto político yo no supe que estaba Cortázar acá, me enteré después y, también, de las quejas por la desatención. No recibí ningún pedido de audiencia. Pero, fíjese, antes de asumir hicimos un encuentro con artistas e intelectuales, recuerdo que estuvo Borges, y me llamaron Astor (Piazzola) y Soriano preguntándome por qué no los había invitado a ellos; yo no había hecho las invitaciones y me indigné porque se los había dejado afuera; era todo muy improvisado".


Luis Brandoni, nombrado en esa época asesor cultural ad honorem, afirma: "no sé qué ocurrió, bien podría haberlo recibido; no creo que haya sido por conveniencia política, porque Alfonsín tomó compromisos mucho más grandes y más polémicos que lo que podría representar recibir a Cortázar". Alguien que prefiere no ser mencionado lo escuchó despotricar alguna vez a Alfonsín contra la decisión de Cortázar de adoptar (en 1981) la nacionalidad francesa, pero en verdad quienes sostienen que el desencuentro fue deliberado no se apoyan en una supuesta falta de simpatía, ni siquiera en el dato de que el ex presidente, lector de clásicos y de libros de ciencias políticas, jamás militó entre las multitudes adictas a los cronopios.


El propio Alfonsín no pudo ser contactado para esta nota en Madrid, donde participa en la reunión de la Internacional Socialista, pero uno de sus confidentes, Raúl Alconada Sempé, se hizo cargo del recuerdo del ex presidente: "Hace poco --relató el ex vicecanciller-- le comenté un cuento extraordinario de Cortázar que acababa de leer y le pregunté si lo había conocido. Me dijo que lamentablemente no, lo lamentó con sinceridad, y le echó la culpa a un ?desencuentro tonto´. Y yo le creo".


En el mejor de los casos, es esa la clase de errores que no tiene reparación. Cortázar partió, acariciado por la efusividad de sus compatriotas. Pero, víctima de la improvisación, de las especulaciones mezquinas o de ambas cosas, privado del honor formal que merecía.

Por: Pablo Mendelevich

11.9.10

Depende del contexto

Queridos estudiantes, que ven solo la realidad de su propio mundo, les cuento que existe otra realidad... la de las otras facultades:

Los estudiantes de la UCA (Universidad Católica Argentina):

Se levantan, rezan un padre nuestro, bendicen los alimentos, toman su desayuno, comparten la mesa con toda la familia, salen rumbo a la universidad y se persignan en cada iglesia que encuentran.
Al llegar le dejan unas monedas al mendigo de la puerta (hay que ser buenos con el prójimo), se persignan ante la entrada de la facultad y rezan para que ese día les vaya bien.
En sus clase, se encuentran Teología I, II, III, VI, V, VI, VII, etc. (cátedra: PEDRO, el apóstol), sólo en el 7mo. recreo descansan.
Nunca se copiaron, ni lo harán.
Sus mejores amigos son el padre que los confiesa, y las monjas de la capilla más cerca de su domicilio.
Comida favorita: pan y vino.
Libros mas leidos: Judas, mi enemigo; Dios y las carreras universitarias y el best seller: "Las 10 mejores oraciones antes de un exámen."


Los estudiantes de la UADE (Universidad Argentina de la Empresa):
Se levantan, toman café (negro... como la situación de sus futuros empleados), mientras leen la sección negocios del diario, miran el reloj, se ajustan la corbata, agarran el portafolio y salen (en auto, obvio).
En el viaje escuchan radio Mitre, y contemplan los espacios verdes de la ciudad pensando: ¿qué se podrá construir acá?.
Al llegar, se dirigen a sus aulas, se sientan siempre en los mismos asientos porque "ya están comprados".
Recreo: no tienen.
Entre sus materias obligatorias se encuentran: "Uso y abuso del comercio", "Como romperles el culo a tus competidores", "Lenguaje del manipuleo II" y "Quiero tener mi propio monopolio". Las cátedras a elegir están entre la del profesor Bill Cates (ojo, no confundir con Bill Gates) y William Texploto.
Sus amigos: Sus socios hasta que la quiebra diga lo contrario.
Libros más comprados: "Marketing y cómo engañar a mis compradores".

Los estudiantes de la Universidad de San Andrés:
No se levantan, los levanta el mayordomo con café italiano y bisquits (porque no son galletitas, son bisquits, ¿ok?), hotcakes, etc. (y no cualquier etc., ¡¡¡uno importado!!!).
Parten para la "facu, gordi" en la limousine de papá y el chofer de papá. Si se les hace tarde simplemente usan el jet de papá.
Llegan a las clases con el movicom en una mano, la agenda personal en otra, y la palm pilot en un bolsillo... si no tienen mas manos le dicen al chofer que les lleve todo hasta el aula.
Dentro del aula, charlan del fin de semana en Vermont, del nuevo look del perro de Tomy, de lo cool que estuvo ir a navegar, o de lo bien que la pasaron en la estancia de Harry, los chicos hablan del partido de polo del domingo, porque football no ven, es re grasssssssaaaaaaaaa!!!
Se encuentran entre los profesores: ROGELIO LOIZANO FORTABAT DUPONT DE CANVERS, RITA FORBERT MELBAINT CATBURY DE MACPHERSON.
Entre sus materias se encuentran: "Cómo tomar los cubiertos en una cena de gala", "Aprender a chatear educadamente I y II" y dos veces por semana el seminario "Mis padres, yo y la distancia de la mesa".
Amigos: Sólo en las buenas y mientras tu papá siga siendo el dueño de la mitad del pais.
Libros: Vogue, Cosmopolitan y estar suscriptos a la National Geographic queda bien en la biblioteca de papá.

Los estudiantes de la UBA (Universidad de Buenos Aires):

Desayuno, no, no hay presupuesto.
A la facultad en tren y sin pagar el boleto... no hay presupuesto.
Si sos de Filosofía: un porrito en la estación es re nutritivo.
Si sos de Sociales: "uhhhh, ahí hay un poste limpio le pego un cartel.
Los de Medicina: no viven, solo estudian.
Clases... hay (de vez en cuando) si no llueve, si no hay paro, si no hace mucho frío, si no hace mucho calor, si al profesor no le duele nada...
Recreo: ¿Que es eso?
Conversaciones con los compañeros (a los que nunca vimos antes ni volveremos a ver) en los 30 minutos que tarda el profesor en llegar a clase.
Amigos: el quiosquero del tercer piso y el flaco de las fotocopias.
Libros: "El Che era Argentino", "Los 200105 de formularios de inscripciones", "El CBC, ¿un año perdido?","¿Dónde esta el aula 2245?" y "Cómo no volverte loco el primer dia de clases".

Los estudiantes de la UB (Universidad de Belgrano):

(bueno digamos estudiantes, seamos buenos, que la mayoria compre el título no quiere decir que no estudien, ¿no?)
Se levantan, no toman el desayuno, porque sino ¿qué les queda por hacer en la facultad?
Agarran la tarjeta de crédito, porque en el piso 2 del edificio de Zavala, abrieron un minishopping, ¡¡¡re copado!!!
Parciales: a convenir con el profesor... o si no, nunca, total...
Útiles impresindibles: movicom en mano (siempre prendido, por las dudas que haya algo importante que requiera mi presencia, como por ejemplo: el nuevo corte de pelo de mi mejor amiga que acaba de salir de la peluqueria).
Libros: ¿qué es eso?

8.9.10

Bvlgari Rose Esentielle



"Siempre que necesitemos tomar una decisión muy importante, lo mejor es confiar en el impulso, en la pasión, pues la razón por lo general intenta apartarnos de nuestro sueño, diciendo que aún no es el momento."